Cada día se me hace más complicado entender la relación entre padres e hijos. Cuando eres pequeño todo parece ir sobre ruedas: son amables, nos demuestran su afecto y siempre toman las decisiones correctas. Pero de adulto… de adulto es otra historia. Todo comienza el día en el que te das cuenta de que tus padres no son todo lo perfectos que creías. Comienzan a hacer cosas que no terminas de entender, se te hace realmente tedioso mantener una simple conversación con ellos y, sobre todo, sus puntos de vista están tan alejados de los tuyos que piensas si realmente en algún momento fuiste parte de ellos o lograste estar aquí gracias a los avances de la ciencia, una en la que los niños no tienen que desencantarse nunca de nadie. Justo entonces, esa relación utópica sufre un desvanecimiento y comienza una grave involución. Ahora son otras personas.
Y puede llegar a ser muy triste, porque sabes que en algún momento te marcharás de casa y te arrepentirás de todo lo que maldijiste, de todo lo que os peleasteis, de lo poco que os soportabais. Yo quiero verlo de otro modo e intentar alejar la tristeza de mis pensamientos. Me gustaría entenderlo como parte de un proceso en el que es inevitable sentirse fuera de lugar. Has crecido y estás listo para “abandonar el nido”. Pero cuando estás en mitad del mismo, se sufre mucho.
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