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Cuando tenía 10 años, su familia cambió de domicilio nuevamente (algo que se repetiría con frecuencia a lo largo de su vida) y entró a trabajar de pinche en unos almacenes, donde le encomendaron la tarea de etiquetar tarros de betún.
Liberado de la servidumbre por un oportuno legado que vino a elevar a su padre tanto como antes le hundiera en la pobreza, comenzó a trabajar de reportero en periódicos como The True Sun, The Mirror of Parliament y The Morning Chronicle, en los que ya se advierte la tendencia de Dickens a salir en defensa de la convivencia y los goces legítimos del hombre común.
En 1838 publica Oliver Twist. Esta obra era una mezcla de realismo y melodramatismo, de tonos sombríos, opresivos, pavorosos. Este era su segundo trabajo como escritor (el primero fué Pickwick Papers, en 1937) y con él quería dar a conocer la otra faceta de su personalidad genial, ya que en su primera publicación logró transmitir la nota risueña de la comedia.
En enero de 1842 hizo un viaje a los Estados Unidos. Las obras subsiguientes a esta experiencia fueron tan infortunadas para él como sus comentarios los fueron para los norteamericanos. Se titularon American Notes (1842) y Martin Chuzzlewit (1844). En esta última violentó tanto la trama para encajar los episodios americanos que probablemente no existe novela más retorcida en toda la literatura inglesa.
El principal defecto de Dickens -así como la fuente de algunas de sus mejores virtudes- fue la superabundancia. Se diría que carecía del sentido de la moderación emocional. Fue prodigio en su vida y en su arte. Sus actividades se extendieron a la esfera teatral, social y filantrópica. La crítica de que fuera objeto en su vida por el aparente descuido de su producción no disminuyó el empuje de su fama. Anhelaba la atención y aprobación populares. Y puede decirse que ese anhelo le mató.
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